jueves, mayo 03, 2007

Los campamentos que la Mistral nos sopló

“Esa pobre Mistral, lechona y dulzona,
tiene en los senos un poco de leche con malicia”
Vicente Huidobro

Responda rápidamente, por osmosis: ¿Qué le enseñaron de Gabriela Mistral en el colegio o la escuela? ¿Qué es lo primero que se le viene a la mente cuando piensa en ella?

Después de que ganó el Premio Nobel y de que escribió los “Sonetos de la Muerte” debido al suicidio de su amor, casi todo Chile respondería al unísono: “Gabriela Mistral escribía poesía infantil”. No faltará quien nos ilustre con los célebres versos “piececitos de niño, azulosos de frío” o “dame la mano y danzaremos, dame la mano y me amarás”.

A mí en el colegio me recitaron clarito que la Gabriela Mistral, esa señora que honran poniéndola seriota y machota en el billete de cinco lucas, estaba centrada en el amor a los niños y alejada de temas complejos o polémicos como la política contingente, los conflictos sociales y la pobreza. Mire las fotos que ahí de ella en los textos escolares: rondas de niños, piruetas, ternura. Es una profesora sencilla y ejemplar. Casi como la madre simbólica de todos los niños de Chile.

Pero esa historia tiene otra cara, bastante menos sedante y más comprometida con el mundo moderno que le tocó vivir.

De hecho, el clásico poema “piececitos azulosos de frío” son la denuncia feroz que Lucila Godoy, cuando era directora del Liceo de niñas de Punta Arenas en la primera década del siglo XX, realiza sobre las condiciones en que los niños van a las escuelas a estudiar. Nos dice Gabriela:

“Propuse entonces –inaudita novedad- prolongar el año escolar en los meses templados y crear las vacaciones de invierno. Por mayoría implacable de votos pedagógicos se acordó no innovar, no introducir estas vacaciones invernales que permitirían a los niños no abandonar el calor del hogar paterno para coger fríos iletrados –que la letra con frío no entra- y la razón que me dieron las autoridades educacionales, privadas y estatales del territorio, fue algo que me remeció el tuétano del alma: los niños necesitaban el tiempo bueno para trabajar en el campo” (Scarpa en Teiltelboim, pg. 96).

Hace 100 años que la poetisa ya nos había advertido que los niños pobres de Punta Arenas iban a la escuela y a la cosecha a pata pela’. ¿Qué habrán comido, cómo se habrán vestido, de qué materiales estaban hechas las casas de esos niños?

Para averiguarlo no es necesario sumergirse en libros de historia ni volver al pasado. Porque hoy ya intuimos de manera bastante clara que en Punta Arenas –y probablemente también en la décimo primera región- hay campamentos. Los resultados oficiales estarán, como muchos saben, en junio cuando se presenten los resultados del IV Catastro Nacional de campamentos.

En todo caso, esto vendría a romper nuestras frágiles convicciones compartidas con Chile Barrio de que de Chaitén al sur no habría campamentos porque “hace demasiado frío”. Como si las bajas temperaturas, la lluvia intensa y la nieve fueran una vacuna contra la miseria en nuestras sociedades.

Releer a la Mistral hoy puede servirnos no sólo para volver a valorarla en su verdadera estatura intelectual de feminista e indigenista decidida, sino también de antídoto para simplificaciones o heurísticos que en vez de simplificarnos la resolución de los problemas en la lucha por derrotar la pobreza nos colocan innecesarias barreras para verlos. Sabia era la vieja.

Aquí va el poema completo, para ver que de tierno no tenía mucho:

Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
Dios mío!

¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!

El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;

que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.

Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.

Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!



matias

No hay comentarios.: