experiencia (des)articulada: transantiago

Desde el sábado que ansiaba locamente subirme a uno de los busesitos nuevos, blancos y verdosos. El domingo fuí a su caza caminando por las avenidas pero el intento fue un poco inútil, a no ser por el bus oruga que vi en Vitacura con américo Vespucio que, ya sea por la inoperancia del conductor o por lo estrecha de la calle, la cosa es que el bus oruga estaba atrapado en la mitad y había un taco de la puta madre.
Pero la hora de lo squiubos llego hoy. Veníamos de Pudahuel de hacer ua devolución de un trabajo cuando, en plena Alameda, lo vi: avanzaba lento y curvilíneo, mientras los peatones y los pasajeros mirabamos estupefactos, envidiosos, esa boa rugiente. No lo pensé dos veces: salte abajo de la roñosa micro amarilla y me lancé a la búsqueda del juguete del momento. Clanc, clanc, la puerta se abrió.
Salté como un gato adentro y me hice un espacio en el verdadero corredor que tiene. Tenía los ojos desorbitados por la emoción. wow. Pocos asientos y mucho, mucho espacio abierto, libre. Tanto, que a los pocos minutos se subió un tipo con un órgano musical gigante, puso un trípode y pam!, se puso a interpretar una melodía de la novicia rebelde (no es que yo la halla reconocido, es que él después dijo). Finalmente fue al comienzo de la micro-oruga, dijo unas palabras que desde la distancia no alcancé a oír y pasó el sombrero. Sorprendente. Nadie dijo nada. Quizás sorprendidos por lo sofisticado del instrumento, por simple estupefaccción o asombro. Lo que es yo, me reí para mis adentros. La vida da muchas vueltas y, a veces, nos repetimos el recorrido.



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